La vida urbana es como una suerte de embudo que desemboca en un supermercado o almacén. Allí es donde la gran mayoría de la gente se abastece de los alimentos que consume, un acto que se hace de forma casi refleja. Todo va a parar al chango.
¿Realmente las personas son conscientes de lo que meten en sus heladeras y alacenas? A simple vista, uno observa metros y metros de góndolas con packagings de todo tipo y color, nada que se asemeje a comida en su estado natural: se trata de los alimentos ultraprocesados, una de las desgracias de las sociedades modernas.
De esto trata Mala leche, el último libro de Soledad Barruti, de la comida como trampa; sobre la amenaza que representan los omnipresentes alimentos ultraprocesados, tanto salados como edulcorados, llenos de conservantes, saborizantes y aditivos generalmente escritos en la contraetiqueta en letra minúscula, que además buscan hacer pie en el paladar de los más pequeños.
Porque es un hecho que los supermercados ganan tres veces más cuando venden ultraprocesados en vez de comida real. Esta situación es en buena medida consecuencia de un poderoso lobby de grandes empresas de alimentación que, además, descartan anualmente un tercio de lo que producen.
Y otro ingrediente no menor de la fórmula perversa son los padres complacientes “porque el niño si no, no come”, o simplemente progenitores cansados, que prefieren bajar los brazos antes que imponer cambios alimentarios, uno de los más difíciles de introducir en cualquier sociedad.
A fin de cuentas, son las marcas las que terminan educando el paladar de los más chicos. Nada de eso sería relevante si no fuera porque hay cada vez más niños obesos y con enfermedades no hereditarias derivadas de una mala alimentación, como cardiopatías, consecuencia de las “trampas sensoriales” que ofrecen las góndolas. Niños, niños con enfermedades de adultos, algo que alarma de sobremanera a la Organización Mundial de la Salud.
Alimentos de colores estridentes, ricos en azúcares refinados, leche que no es tal, glutamato monosódico… ¿Cómo se sale de la emboscada alimentaria? Luego de la denuncia que realiza contra la industria láctea, de las gaseosas y de la comida chatarra, Barruti, que durante cinco años recorrió América latina investigando el tema, brinda algunas pistas basadas en las acciones que vio en países de la región: un curso de acción apoyado en una mayor regulación legal que prohíba la publicidad destinada a los niños, envases sin motivos infantiles, tal como sucede actualmente en Chile, impuestos a las bebidas azucaradas, mejoramiento de la cocina escolar, rotulación clara de alimentos. Y, por sobre todo, apostar por la comida de verdad, cocinada en casa, comida fresca, diversa, sin etiquetas, de ser posible provenientes de huertas que no empleen agrotóxicos, reemplazar a los grandes proveedores de la agroindustria por pequeños proveedores responsables, sin “mala leche”. Una lectura imprescindible.
Mala leche tiene 464 páginas y se vende a $ 599.
Este plato puede tener buenas versiones con este tipo de carnes más económicas.
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