Bodegones: los mejores templos de la cocina abundante

Te recomendamos 4 restaurants para comer mucho y muy rico.

Es una tradición en Buenos Aires que todavía haya muchos bodegones que sirvan porciones más que generosas, como se estilaba hace 30 años atrás. Las sucesivas crisis hicieron que esta práctica sea hoy cada vez más inusual, pero también por los nuevos estilos de alimentación, que tienden a buscar platos menos calóricos y contundentes.

Sin embargo, si lo tuyo y de tus amigos pasa por la abundancia, y comer hasta no poder más, te damos algunas direcciones que no te van a defraudar.

#1. El Puentecito. Es un bodegón de Barracas ubicado a la vera del Riachuelo, en la esquina de Luján y Vieytes, cerca del puente Pueyrredón. Allí se sigue respirando ese aire de fonda que resiste los embates de la moda. Sus antecedentes datan de 1750, cuando en el lugar había una vieja pulpería donde los gauchos apuraban una ginebra. El local es largo y austero, atendido por mozos de la vieja escuela. La carta tiene los platos que se esperan de un bodegón. Sirven generosas platinas con riñones a la lyonesa, conejo salteado al vino blanco o a la calabresa, tortillas, platos de mondongo y pastas con estofado, todas porciones para compartir, salvo que uno tenga un apetito digno de Pantagruel.

#2. Guido’s Bar. Carlos Sosto tiene una pintoresca cantina lindera al ex zoológico porteño, sobre la calle República de la India. En un ambiente bohemio y desenfado con una clientela que lo adora, Sosto se acerca a los comensales y les sirve nutridos antipastos, pizza de rúcula y una burrata de muzzarella de búfala, servida con pesto y tomates confitados, humeantes porciones de penne rigate con tomates secos, tomates concasse y salsa de tomates, pulpetines mixtos (de carne vacuna y cerdo), páprika y rúcula, deliciosos risottos, todo con aura casera. El flan y el tiramisú son excelentes. La comida llega hasta que uno dice basta, y cuenta la leyenda que el simpático y amigable Sosto es un poco arbitrario a la hora de traer la cuenta. Pero comida no falta.

#3. Manolo. Que a la cocina porteña se la conozca como “la cocina de la abundancia” es una sentencia de la que Manolo, clásico bodegón de San Telmo devenido en restaurant, puede dar fe. Debutó con un modesto local en el año 1989 y, en su actual ubicación de Cochabamba y Bolívar, sirven platos XL, como platinas con chipirones, lomo relleno (un bife mariposa gigante relleno de jamón y muzzarella cubierto de salsa portuguesa, acompañado de papas españolas), un anacrónico lomo a la Eduardo VII (clásica forma de hacer el lomo en papillotte, dedicada al rey-gourmet), cazuelas de mariscos, pollo a la parrilla, etc. Todo llega en sendas fuentes que los comensales, muchos de ellos son familias, despachan en un santiamén. El local es grande (tiene capacidad para 140 cubiertos), pero a pesar de todo, los fines de semana hay que hacer cola para sentarse. Entre los postres hay que probar el tiramisú, el brownie, los panqueques, los helados de El Fundador y un muy buen flan casero.

#4. Spiagge di Napoli. Es una típica cantina de cocina ítalo-porteña ubicada sobre la Avenida Independencia. Tiene todos los gadgets típicos de un lugar de estas características: manteles cuadrillé de tela, jamones colgando sobre la barra y paredes tapizadas por botellas de vino. Los fines de semana es inevitable la cola, pero el esfuerzo vale la pena. Además de la abundante picada de la casa, se venden pastas por kilo (cuarto, medio, tres cuartos y kilo), con sendas salsas a elección del cliente. La especialidad son los fusilli al fierrito, aunque también hay lasagna rellena y en ocasiones, caracoles, para aquellos audaces que quieran probar algo diferente. Y lo mejor es que los precios están acomodados.

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Author: Cucinare

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