La imagen de los viñedos poblados de hombres, viñateros encorvados con gruesas manos, enólogos reconcentrados en su oficio y rostros masculinos arrugados al sol, es un lugar común, un cliché.
Porque las mujeres siempre estuvieron presentes, no sólo pisando uvas durante la vendimia, sino administrando sagazmente a grandes bodegas, especialmente en lo que respecta al mundo del champagne. Porque en este rubro en particular, las mujeres hicieron historia cuando en ese universo gobernaba el otro género.
Este fenómeno no fue casualidad. “Sucede que muchos de los grandes champañeros franceses no tuvieron hijos varones, así que las mujeres se hacían cargo de las bodegas, quienes después se casaron con sus vecinos alemanes que cruzaban el Rhin para comprarles uvas, ya que en su tierra no maduraban adecuadamente. De ahí los apellidos teutones de varias de las casas champañeras francesas, como Krug, Deutz, Roederer…”, cuenta Marcelo Chocarro, sommelier e investigador en la materia.
Por otro lado, estaban las viudas, porque en Francia, a diferencia de otros derechos, si moría el marido, el viñedo era heredado por la mujer. Y unas cuantas de ellas fueron realmente notables, como fue el caso de Barbe-Nicole Clicquot Ponsardin, matriarca de Veuve (viuda) Clicquot, icónica etiqueta.
La viuda llevó la bodega a otro nivel y, además de introducir mejoras en la viticultura, defendió el concepto suntuario que tenía que tener el champagne. Se la conoce por la célebre frase que dijo cuando durante la guerra de 1874 los prusianos ocuparon Reims y saquearon los productos: “Que beban, que beban. Ya van a pagar”. Y razón no le faltó, porque al poco tiempo los alemanes se volvieron sus mejores clientes.
No le fue en zaga Elisabeth de Lauriston-Boubers y Berthe de Marsay, conocida como Lily Bollinger (fue mujer del bodeguero Jacques Bollinger) que, a la muerte de su marido en 1941, condujo la bodega hasta 1971, ocupación alemana incluida. Durante su gestión, la brava mujer duplicó el tamaño del negocio. También dejó una célebre frase: “Bebo champagne cuando estoy feliz y cuando estoy triste. Algunas veces lo bebo cuando estoy sola, pero cuando estoy acompañada lo considero obligatorio. Como con él si no tengo hambre, y lo bebo cuando sí la tengo. En cualquier otro caso no lo bebo, a menos que tenga sed”.
Otra de las viudas fue Mathilde Emilie Perrier. Después de que su marido Eugène Laurent muriera en 1887, ella tomó el control y unió su nombre a la compañía, cambiándolo a Veuve Laurent-Perrier. Veuve Mathilde llevó al éxito a la champañera, produciendo 50 mil cajas hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Ella murió en 1925, dejando la compañía a otra mujer, Eugénie Hortense Laurent. Debido a los reveses de la Primera Guerra Mundial y el estallido inminente de la Segunda Guerra Mundial, Eugénie vendió la compañía a Marie-Louise Lanson de Nonancourt en 1939. Marie-Louise invirtió todo lo que pudo en la empresa, manteniéndola a flote durante el caos de la guerra; incluso en su momento hipotecó mil cajas de champagne que había escondido en una pared, todo a fin de sostener el negocio, que al final prevaleció y hoy en día es una de las grandes marcas.
¿Conocías la historia de estas burbujeantes mujeres?
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Los declaró ilegales porque los productos no pueden ser identificados como elaborados en lugares habilitados.