Tango, asado, fútbol y… dulce de leche. Son la marca registrada de la Argentina en el exterior, los blasones por los cuales se asocia a cualquier criollo que gira por el mundo. Y este último está de parabienenes, porque el 11 de octubre se festeja el Día Mundial del Dulce de Leche, fecha que se celebra desde el año 1998.
Es que son cuatro símbolos nacionales muy fuertes, a pesar de que el dulce de leche no sea originario del país. ¿Herejía? Lo que puede sonar como provocación del orgullo nacional es una realidad insoslayable, y sobran los datos históricos para demostrarlo.
La historia oficial (muy linda y folclórica, dicho sea de paso), cuenta que el 11 de octubre de 1829 Juan Manuel de Rosas y su rival Juan Lavalle se encontraban en la estancia La Caledonia con el objeto de firmar la paz. Lavalle llegó antes de tiempo y, cansado como estaba, entró a la tienda de Rosas y se arrojó sobre su catre, donde se quedó dormido.
La criada que preparaba la lechada (mezcla de azúcar y leche) que Rosas le agregaba a su mate, quedó estupefacta cuando vio al caudillo unitario durmiendo en el catre de su amo, y salió corriendo a buscar a la guardia. Cuando regresó vio que en la olla había quedado un fondo de color marrón, extremadamente cremoso y dulce.
Otros dicen que fue la Perichona, mujer de Tomás O’Gorman y amante de Santiago Liniers, acostumbraba a hacerlo en una olla de cobre, y su mesa, por sofisticada y elaborada, era famosa en la Buenos Aires de la colonia.
Pero ambos relatos no son más que licencias poéticas, porque el dulce de leche a fin de cuentas es una reducción de leche con azúcar, algo que se hace de manera universal con distintos nombre y matices. Cuenta Jorge D’Agostini en uno de sus trabajos que el historiador y político Rodolfo Terragno dice que “en el mercado ruso no hay dulce de leche como tal, pero se conoce un producto semejante llamado variono-sgushe-noemolokó. El museo moscovita de la alimentación conserva un ancestral pergamino con la receta del dulce de leche (…). La dieta ayurveda, cuyo desarrollo se remonta a la India de 5.000 años atrás, incluye un producto llamado radabi, que sería nuestro dulce de leche, y una versión más compacta de nombre khoya”.
También se supone que podría venir de los arropes. En la región se lo conoce con distintos nombres: “manjar blanco” en Chile y Perú, “dulce de cajeta” en México, “queso de Urrao” en Bolivia, “doce de leite” en Brasil, “arequipe” en Colombia y Venezuela, “milkjam” en los países sajones y “confiture de lait” en Francia, sólo por citar algunos ejemplos. Por eso el chauvinismo en materia gastronómica tiene un peso relativo, ya que los préstamos culturales son materia corriente y el intercambio de materias primas y saberes tiene larga data.
Pero más allá de su génesis, bendito sea el dulce de leche argentino, criollo de nacimiento o por adopción, porque poco importa su pasaporte cuando llega al paladar.
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