En la gastronomía cada tanto se producen situaciones insólitas, muchas de ellas entrañables, donde la relación cliente-restaurador trasciende lo ordinario. Es que más allá del lucro, atrás de un restaurador de alma se encuentra una férrea vocación de servicio, una devoción por cumplir los anhelos de aquellos que se sientan a la mesa.
Esa tendencia a complacer en ocasiones se transforma en anécdotas que merecen ser narradas, como fue el caso del episodio sucedido en la vermutería La Fuerza: a fines del año pasado, llamó al local un cliente pidiendo comer dulce de batata casero que hacía unos meses atrás había estado en carta, pero que en ese momento se había discontinuado.
El cliente, de nombre Humberto, tenía 92 años y quería compartir el dulce con su mujer, a la que le había gustado mucho y con la que estaba por cumplir 65 años de casado.
El cocinero de la casa, de nombre Juan, fue el que atendió el teléfono y se comprometió a elaborarlo de alguna forma a pesar de que la temporada de batatas ya había pasado. Pero el problema es que Juan olvidó pedirle los datos personales al señor, motivo por el cual no se lo podía contactar. Y a pesar de que La Fuerza quedó a la espera de un nuevo llamado del cliente, este nunca sucedió.
“A partir de ese momento, comenzamos a realizar una campaña en las redes para localizar al cliente. Seguramente el señor no iba a ver los posteos, pero quizás los hijos o los nietos sí”, cuenta Martín Auzmendi, socio propietario del local. “Los posteos se viralizaron y buscar a Humberto se convirtió en un imperativo, al punto que pusimos carteles en la calle contando la historia a fin de que algún vecino tuviera algún dato; incluso hubo gente que recurrió a los censos para ver quiénes habían nacido hace 92 años con ese nombre, pero todo ese esfuerzo no se tradujo en resultados”, afirma Auzmendi.
El restaurador cuenta que a principios de junio, “sonó el teléfono del local, atendió Juana, una camarera que trabaja con nosotros desde el inicio, y atendió a un señor preguntado por el dulce, porque ya era temporada de batatas. Era Humberto. Fue una emoción. Lo contacté y le narré la anécdota del despliegue realizado. Conversamos largamente y, junto a mi socio, Julián Díaz, fuimos a la casa y le llevamos como obsequio 700 gramos de dulce de batata y una botella de vermú”.
“Es justo decir que nuestro dulce de batata es natural, hecho con unas batatas especiales llamadas Ipomea, producidas bajo parámetros agroecológicos, oriundas de unas huertas familiares de San Pedro; un producto verdaderamente selecto, y por eso gusta mucho”, concluye Auzmendi.
Fue una gran final para un episodio que muestra que hay establecimientos gastronómicos que no sólo tienen fuerza, sino también alma.
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