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Catas de vino virtuales: botellas escondidas, jugo de arándanos y otros trucos de una tendencia que llegó para quedarse

Uno de nuestros expertos cronistas repasa, con cierta maldad, los diferentes vicios que detectó en este tipo de eventos.

Por Alejandro Maglione

Todos comentan que una de las estrellas de la maldita pandemia y las consiguientes cuarentenas ha sido el uso y abuso de la Internet. (Digo abuso porque personalmente hubiera sido más de mi agrado escuchar que entre las actividades desarrolladas apareciera con más frecuencia la lectura de libros, pero eso es un gusto personal).

La enogastronomía supo hasta de cenas virtuales, con un grupo recibiendo la misma comida, a la misma hora, que luego de descorchar los mismos vinos, compartían la cena a través de la pantalla partida, opinando sobre su quehacer favorito.

Pero la Internet también trabajó como nunca, y el mundo del vino supo de la adopción por parte de las bodegas, del uso del ahora afamado Zoom para la presentación de sus vinos. El procedimiento fue del envío de los vinos a degustar por los periodistas especializados o quienes fueran los convocados.

En algunos casos se agregó el envío de exquisitos quesos y jamones. En los menos, una comida completa, entregada puntualmente por un buen restaurant de los que funcionan en modo delivery.

Esto les permitió a los bodegueros no demorar el lanzamiento de sus primicias, que incluyeron nuevos vinos, nuevas cepas, nuevas etiquetas, nuevos enólogos y, lógicamente, viejos amigos. Porque es un mundo en el que, en el fondo, se conocen todos.

Con el correr de los meses y las catas, se pudieron apreciar ciertas curiosidades o trapisondas.

En un principio, especialmente en los caballeros, cundió la moda desaliño. Prohibidas las peluquerías, aparecieron pudorosas gorras, muy al comienzo, que ocultaban cabellos ligeramente más largos de lo normal. Luego fueron las gorras y las caps, para dar paso al cabello largo, pero peinado.

A esto le siguió el look “melenas al viento” con fuertes parecidos a retratos de patriotas barbados. Lo que siguió fue llegar al Zoom sobre la hora y sentarse delante de la cámara sin ningún tipo de preparativo, tal como se estaba.

Simultáneamente llegó el dejarse la barba. Nunca se entendió bien por qué. Si estuviera en una isla desierta luego de un naufragio o de vacaciones, se podría entender. Pero si al participar de reuniones físicamente, la misma persona es atildada, ¿qué lo/a llevó a dejar de serlo? (Este curioso fenómeno se pudo y puede apreciar en la televisión, los que salen desde sus casas no necesariamente se atildan como lo hacen cuando están presentes en el estudio haciendo sus programas).

Poco a poco, todos fueron aprendiendo a moverse en el mundo Zoom. Aparecieron diversos vicios y trucos. Por ejemplo, para las catas, las bodegas a veces envían 3 o 4 botellas, que en un comienzo todos descorchaban prolijamente y degustaban como quien conducía la cata ordenaba. Terminada la cata, lo normal era encontrarse que al final quedaban todas las botellas descorchadas que había que apurarse a tomarlas, lo que daba un poco de pena porque por lo general no se trata de vinos para acompañar los tallarines o la pizza de rigor.

Entonces, se empezó a notar que pocos o ninguno se servían la copa a la vista de la cámara, sino que aparecían las copas con los “vinos” servidos, de forma tal de conservar las botellas para ocasiones especiales. Incluso, hubo quien confesó que sus copas contenían jugo de arándanos para no terminar mareado desde la media mañana.

Otro, que se sintió sospechado, recurrió al recurso de simular que estaba descorchando la botella delante de la cámara para que se viera bien, de pronto, la botella desaparece de la vista y aparece copa llenada fuera de la vista. Varios repararon en el paso de teatro.

Los imitadores de legisladores que dejan foto en las sesiones por Zoom, plantan una foto y se van a hacer otra cosa, como si nadie se fuera a dar cuenta del verso, pero dejan abierto el sonido, de manera tal que cuando escuchan su nombre, prenden cámara y pasan a ser atentos y dedicados participantes.

Los menos prolijos dejan placa negra con su nombre, que vendría a significar: estoy presente pero no prendí la cámara. En este grupo están los de aparición inicial, repletos de sonrisas, luego viene placa y 5 minutos antes de finalizar reaparecen llenos de bríos, sonrisas, deseos de reencuentros al más breve plazo y un largo etcétera de comentarios que deberían venir al caso.

Y después, están aquellos y aquellas participantes que directamente se duermen. Porque muchas bodegas conservan la criticable costumbre de exponer a sus enólogos en aburridísimas exposiciones, porque no desean darse cuenta de que estos sufridos profesionales no fueron formados para exponer con formato comercial, salvo honrosas excepciones con un carisma particular.

Entonces arrecian con información machacada sobre la zona de cultivo; los métodos de fermentación; el tipo de barricas utilizadas –cuando corresponde–, las características de las cepas utilizadas, aun cuando sean archiconocidas. Allí los cuadros negros, señal de cámara apagada, inundan las pantallas y de que los comunicadores especializados se rajaron.

En la transmisión misma suele suceder que están los y las participantes con vocación protagónica. ¿Vio esos personajes que se sienten obligados a no pasar desapercibidos? Entonces, aparecen y dicen: “El vino está hermoso” (sic), cuando lo que más se aprecia del vino tiene que ver con el sabor y el aroma, el color, no suele ser ni lindo ni feo, simplemente es el correcto o no. Pero, hay que decir algo y ahí colocamos el “hermoso” donde no viene al caso.

Hay un fenómeno inexplicable: uno en el Zoom se ve a sí mismo por lo que se da cuenta de cómo está dando en cámara. No obstante esto, un gran porcentaje se toma desde abajo y enfocando la cámara al techo. Techos que no siempre están en estado de ser mostrados.

Los más profesionales recurren a los “fondos”. Uno toca un botoncito y elige qué quiere que se vea detrás mientras está en cámara. Entonces, aparecen bibliotecas que no se corresponden al mono ambiente en el que vive el participante y que muchos saben de su existencia. Peor aún, los prolijísimos estantes dejan ver títulos como Vidas Paralelas de Plutarco, que vuelven el fondo todavía más increíble.

Es dable sospechar que las catas virtuales llegaron para quedarse, porque entre otras virtudes posibilitarán espaciar los viajes de periodistas a las provincias productoras, que por el buen nivel que revisten, suelen ser realmente costosos, pero es de esperar que las bodegas depuren el padrón de invitados y vayan quedando fuera los que francamente se aburren con estas presentaciones y lo ocultan con todos los trucos relatados.

Terminamos con un sabio proverbio africano: “No necesito amigos que cambian cuando yo cambio y asienten cuando yo asiento. Mi sombra lo hace mucho mejor”.

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