La chapa de clásico la da la resiliencia al tiempo. Cuando una novela, obra musical, o negocio, es inmune a los avatares que aparejan los años, puede jactarse de tener estirpe. Es lo que sucede con algunos cafés y restaurantes, como el Café Paulín, ubicado en pleno Microcentro porteño.
Fue fundado en 1988 y suele estar concurrido por una multitud de oficinistas y empleados que trabajan en la zona que, por lo general, quieren hacerse de un almuerzo ligero. Hace siete años cambió de manos ya que Don Fermín, el antiguo propietario, lo vendió a un grupo gastronómico.
Pero nada ha cambiado: el salón rectangular y largo, recubierto de boiserie, sigue igual. Lo mismo sucede con la barra en “U” con capacidad de albergar hasta 36 comensales, aunque ahora el aforo máximo permitido es de 20 clientes.
Los sándwiches siguen siendo el must de la casa: uno de los favoritos es el de peceto, enorme y generoso, que además lleva queso tipo gruyere, panceta, morrón y salsa criolla, en pan francés. El Mediterráneo, con jamón crudo, queso, rúcula, tomates secos y berenjenas, es muy demandado. También es recomendable el de milanesa, grande como un portaaviones.
Lamentablemente el Microcentro aún no recuperó la dinámica previa a la pandemia, pero en Paulín siguen sirviendo desayunos.
La mecánica de pago sigue siendo otra marca registrada, ya que cuando uno ingresa al café, recibe un papel en blanco de manos del adicionista, donde los mozos anotan las consumiciones de cada cliente. Al salir hay que entregar el papel y liquidar la cuenta, tal como se hace en muchas de las tascas madrileñas.
Paulín queda en la calle Sarmiento 635, Microcentro. Abre de lunes a viernes desde las 6 a las 20, y los sábados desde las 6 hasta las 15.
¿Tuviste la oportunidad de ir al Café Paulín?
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