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La impericia para controlar la pandemia destroza la gastronomía y el turismo

Durísimo análisis de uno de nuestros expertos sobre la situación que viven restaurants y hoteles en una temporada signada por el coronavirus.

Por Alejandro Maglione

Es difícil comprender el mecanismo por el cual funcionarios de todo nivel sugieren y hasta aplican medidas para controlar la maldita pandemia, que afectan directamente al desarrollo de actividades relacionadas con la gastronomía y/o el turismo, como si fueran culpables de los cientos de fiestas clandestinas que se realizan en TODO el país (ojo con esto, las fiestas de más de 50 personas, sin distancia y en lugares cerrados, no son patrimonio de la costa bonaerense).

Quedó demostrado que el encierro de ciudadanos durante 9 meses sirvió de poco y nos colocó entre los países que peor gestionaron el problema. Hubo hasta campañas de prensa en contra de la apertura de las veredas de los restaurants en la ciudad de Buenos Aires. Pronto se descubrió que el objetivo no era sanitario sino político: provocar en los porteños las mismas incomodidades y perjuicios que sufría el Gran Buenos Aires. El eterno igualar para abajo, que bien conocemos.

Se piensa que el cierre de 1 a 6 de la mañana va a solucionar algo. Si no se pudieron controlar las fiestas clandestinas en horario diurno y a la intemperie, es una locura suponer que esta medida servirá de algo. Es decir, los pibes salen a divertirse, sin barbijo, sin distancia, la autoridad de aplicación dice ser incapaz de controlarlos y entonces se proponen limitar la apertura de los restaurants de Buenos Aires, La Plata, Rosario o Córdoba, por ejemplo.

¿En la era de los drones, no fueron capaces de monitorear las playas? ¿Y si a los “traviesos” se les da una semana de arresto de cumplimiento efectivo? O penalizar de manera efectiva el no uso de barbijo o tapaboca. Lo que hay que coordinar a nivel nacional es la tolerancia cero con los irresponsables.

En la ciudad de Buenos Aires ya se vivió la experiencia de los porteños encerrados y de nuevo, los rumores de que algunos restaurants recibían a funcionarios públicos de todo color a almorzar en sus salones privados terminaban siendo secretos a gritos. Es decir, estaban los “unos” y los “otros”, como un ejemplo más de cierta sensación de superioridad que algunos políticos experimentan respecto de los ciudadanos comunes.

La gastronomía, el turismo, el mundo del espectáculo se cuidaron visiblemente. Veredas cuidadosamente instaladas, con distancias, decoración, ventiladores reemplazando el aire acondicionado. ¿Qué tienen que ver con los que festejan el triunfo de un equipo o el cumpleaños del amiguito?

¿Y las cadenas de proveedores qué tienen que hacer? ¿Los productores de productos perecederos tienen que pagar el pato de la incapacidad de control de algunos y la irresponsabilidad de muchos?

¿Qué le dicen los taxistas o remiseros a sus familias? ¿Qué hay que apretarse el cinturón porque unos pillos a cientos de kilómetros decidieron hacer lo que quisieron, bajo la mirada complaciente de quienes debían controlarlos? ¿Sabrán los funcionarios, infectólogos y opinadores oficiales que el cinturón ya no tiene agujeros para apretar?

¿Y los que montaron espectáculos teatrales qué les dicen a los artistas? Amigos, se acabó la segunda función. Así que tenemos que funcionar con capacidad limitadísima, pero, además, una sola función porque el toque de queda nos manda a la cama temprano a todos por igual.

¿Quién dimensiona los daños desde el lado de las autoridades de todo nivel? La gastronomía a este momento informa pérdidas de puestos de trabajo en un número aproximado de 225.000 personas. Y particularmente en una ciudad como Buenos Aires, como tantas veces se ha dicho, es el sector que ocupa más mano de obra fuera del empleo público, amén de generar una importante fuente de recaudación. Los porteños no tienen ingresos por el campo o la minería, son los servicios su principal fuente de recursos.

Una ciudad como Mar del Plata, que tiene en este enero 2021 una ocupación de un 20% de su capacidad hotelera, ¿creen los funcionarios que de allí salió el aumento de los casos de infectados? Realmente, ¿hay alguien que crea que los bares, restaurants o teatros marplatenses son un foco infeccioso a combatir?

Se sabe que el ejemplo de los países europeos va y viene según convenga. Entonces, ahora desde algún sector se toma como ejemplo de algunas ciudades españolas importantes; o Londres; o París. Primero que son países que atraviesan el invierno y un invierno particularmente riguroso. Segundo que la Unión Europea de tanto en tanto deja trascender que salen ayudas en partidas de 900.000 millones de euros para los sectores más afectados. ¿Tienen los funcionarios pensado un movimiento proporcional para nuestro país?

La gastronomía, la hotelería y el turismo en general, como la cultura, no aguantan más. Si aumentaron los casos de contagios por culpa del descontrol de quienes debían controlar manifestaciones de todo tipo; o por culpa de fiestas que eran perfectamente controlables, existiendo la voluntad de hacerlo, claro. ¿Los jóvenes decidieron darse por cansados con el asunto del barbijo y la distancia social? Es simple: se cierran esos locales que se declararon incapaces de controlar a sus clientes, donde la modalidad es quedarse parados, bebiendo en demasía y donde los besos y abrazos desconocen los consejos de cuidarse.

¿Acaso no siguen abiertos ciertos balnearios que admitieron el triple de gente que podían recibir por las normas de aforos limitados? ¿Qué hizo la autoridad de aplicación? ¿Un restaurante rebalsaba de gente? La respuesta de la autoridad turística fue concreta: “Son buena gente y la pasaron muy mal en el invierno” (sic).

En el país del “no te metás” o donde es muy mal visto denunciar, no queda otro camino que el del rigor. Ya estamos viendo las consecuencias de la vista gorda, el amiguismo, el “sé’igual”. Nunca como en esta situación queda clarísimo que la solución es que quieren hacer pagar a justos por pecadores. LA GASTRONOMÍA NO ES LA CULPABLE, SINO LA VÍCTIMA. Ojalá que recapaciten quienes deben controlar lo descontrolado.

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