“No comeré de la lechuga el verde pétalo, ni de la zanahoria, sus ostias deslucidas”, comienza el poema antivegetariano, en tono de sorna, compuesto hace varias décadas atrás por Vinicius de Moraes. Pero parece que el poeta carioca se equivocó, porque el número de vegetarianos aumenta y el consumo de carne vacuna decrece, fenómeno más impactante aún cuando está sucediendo en el país de las vacas.
Es que según un informe reciente de la Cámara de la Industria y el Comercio de Carnes y Derivados de la República Argentina (CICCRA), el mercado interno demandó unas 527.300 toneladas de res con hueso, con un promedio mensual de 175.800 toneladas. Según CICCRA, se registró una baja interanual del 4,3%, el peor trimestre de los últimos 18 años.
Según los referentes de la entidad, “la continua retracción del poder adquisitivo de las familias y el mayor nivel de desocupación explican la contracción de la demanda de carne vacuna registrada en los últimos tres años, sumadas a los cambios de hábito de consumo”.
En un país donde el consumo por habitante, teniendo en cuenta el promedio de los últimos dos meses, llegó a los 49,3 kilos por año, un 2,5% de caída en comparación con marzo del año pasado, y en relación al pico alcanzado en marzo de 2008, la merma es del 25,5%. Para los productores, faenadores y carniceros es una notica alarmante, más aún cuando en la Argentina, en la época de la colonia, se estimaba un consumo per cápita anual de 234 kilos de carne vacuna, cifra verdaderamente monstruosa.
El precio es una variable decisiva para explicar lo sucedido: según un trabajo de IERAL, think tank de la Fundación Mediterránea, los cortes de carne bovina se ubicaron en diciembre 2020 un 74% arriba de los valores del mismo mes del 2019. En lo que va de 2021, el precio promedio de los cortes vacunos aumentó un 8% en las carnicerías en comparación con la segunda mitad de febrero.
Pero más allá del aumento del precio de la carne bovina, hay otros factores que contribuyen al descenso en el consumo. Uno de ellos es puramente ético. Hay varios movimientos en auge que luchan por equiparar los derechos de los animales, que piden por una vida larga y de calidad para los semovientes. Esto, que puede sonar absurdo para las generaciones más viejas, está siendo cuestionado seriamente entre los jóvenes.
Otro factor que influye en el descenso del consumo es que la producción bovina agrava el efecto invernadero. Cuando realizan la digestión, vacas y otros rumiantes generan grandes cantidades de gas metano que resulta 21 veces más dañino para la atmósfera que el dióxido de carbono.
Finalmente está el tema de la salud. Según Michel Pollan, los vegetarianos suelen vivir más y mejor que los carnívoros. Por eso habla de los “flexitarianos”, que son aquellas personas que sin dejar de lado la carne moderan su ingesta. Y si bien esto no sucede en países asiáticos, como China, que están ávidos de proteína animal, es tendencia en varios países evolucionados de Occidente.
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Los declaró ilegales porque los productos no pueden ser identificados como elaborados en lugares habilitados.