Para los estándares locales, un lavavajillas es un dispositivo caro, pero lo cierto es que a un ama o amo de casa le simplifica la vida, incluso si se trata de una sola persona, porque los hay en tamaño muy pequeños. Y ni hablar si se trata de un restaurant.
Otra ventaja de este maravilloso artilugio es que es sumamente ecológico, ya que demanda poca energía pero, sobre todo, redunda en un importante ahorro de agua. Por ejemplo, un lavavajillas hogareño estándar consume 5 litros de agua por lavado, cifra óptima para un país donde en la mayoría de los hogares se lava a canilla abierta.
Dicho esto, ¿quién fue el creador de esta máquina que tanto simplifica la limpieza en casa? Como muchos de los grandes inventos, como los cohetes o el submarino, no hay un único diseñador, sino que es consecuencia de un largo desarrollo.
El primer lavavajillas mecánico fue registrado en 1850 en los Estados Unidos por Joel Houghton; estaba hecho de madera y se accionaban manualmente unos cepillos, mientras se rociaba agua sobre los platos. Otra patente se le concedió a un tal LA Alexander, en 1865, sistema similar al primero, pero con una manivela que movía una cremallera. Ambos dispositivos eran “precámbricos” e ineficientes.
El francés Eugene Daquin inventó otra versión en 1885. El dispositivo de Daquin involucraba un juego de manos giratorias que agarraban los platos y los sumergían en el agua enjabonada. Parece que su aspecto era tan atemorizante que en una reseña del Scientific American escribió que la máquina no representaba ningún peligro para el hombre ni para los platos…
Un año después, en 1886, una mujer de Illinois llamada Josephine Garis Cochran recibió la patente de una máquina para lavar vajilla, el primer dispositivo económicamente viable, y se vendió con éxito en hoteles y restaurants donde las roturas de platos y copas por parte de los bacheros eran sustanciales. Su primitivo lavaplatos ganó el premio más importante en la Feria Mundial de Chicago de 1893.
Pero fue el inglés William Howard Livens quien en 1924 inventó un pequeño lavavajillas no eléctrico, apto para uso doméstico. Fue el primer lavavajillas que incorporó la mayoría de los elementos de diseño que se ven en los modelos actuales.
De hecho, incluía una puerta frontal para cargar, una rejilla de alambre para sostener la vajilla sucia y un aspersor giratorio. En 1940 se agregaron elementos de secado al diseño. Este aparato llegó en una época en la cual ya existía la el agua corriente y la plomería doméstica.
El primer lavavajillas eléctrico no apareció en escena hasta 1922, pero no fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial que el lavavajillas finalmente se puso de moda. En las décadas siguientes, los lavavajillas ganaron gradualmente una aceptación más generalizada en los hogares de los países más desarrollados, a medida que bajaban tanto en precio como en tamaño.
La idea de diseños de cocina compactos, con encimeras, gabinetes, lavarropas empotrados y espacios para electrodomésticos como heladeras y lavavajillas, finalmente se impuso a partir de la década de 1950.
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