El mítico Charly García cumple 70 años este 23 de octubre.
Su vida fue intensa y poco ortodoxa, como corresponde a una estrella de rock que, en su madurez, finalmente parece haber encontrado equilibrio y paz.
En lo que respecta a la comida y bebida, es sabido que el artista acostumbraba a cometer excesos. Sin embargo, esos episodios forman parte del pasado, y actualmente sigue una dieta a base de antioxidantes, acompañada por medicina ortomolecular y un estricto plan nutricional.
No obstante, es pertinente rememorar algunas de las sabrosas anécdotas de Carlos Alberto García Moreno.
En una nota con Todo Noticias, el Mono Fabio, líder de la banda Kapanga y propietario de una pizzería, contó un divertido episodio cuando fue a ver a Guns N’ Roses y The Who junto a su hijo, en el Estadio Único de La Plata.
“Él estaba con José Palazzo en un palco. Me lo cruzo a José y me preguntó si lo quería saludar a Charly. Fuimos con mi hijo a saludarlo y estaba comiendo una porción de fugazzeta. Palazzo le dijo: ‘¿Sabías que el Mono tiene la mejor pizzería de Buenos Aires?’. Me acerqué y le conté: ‘Cuando quieras la mejor fugazzeta, me mandás la batiseñal, me mandás un mensaje, y te la mando a tu casa”.
Tres meses después de ese encuentro, la pareja de Charly, Mecha Iñigo, le manda un mensaje al Mono: “Decía ‘Fugazzetaaaaaaa’. Le pregunté la hora y lo llamé a mi hermano que está en la sucursal de Palermo. ‘Preparame tres, una con jamón, otra con atún y una con roquefort que son para Charly. No entendía nada. Después me llegó una foto de él comiéndola. Estaba muy contento”.
Otras de las vivencias gastronómicas están plasmadas en la biografía de uno de sus músicos más conocidos, Fabián Zorrito Von Quintiero,, también reconocido empresario gastronómico.
Cuenta el Zorrito en su libro I’m Zorry, que Charly, como buena parte de la bohemia de fines del siglo XX, acostumbraba a visitar Hermann, la tradicional bierhaus ubicada en la esquina de Santa Fe y Armenia, donde servían sendas Frankfurter y costillas de cerdo a la riojana acompañadas de chucrut, además de suprema Maryland, todo regado con balones de cerveza tirada.
En una de esas comidas inolvidables, recuerda Quintiero que Charly le confirmó que iba a continuar con él como parte de su banda.
Es sabido que Charly gustaba comer a deshoras; el Zorrito lo confirma cuando cuenta que durante un viaje a Nueva York el músico pedía como desayuno, a las nueve de la mañana, una cheeseburger acompañada de una Coca Cola.
En Buenos Aires, si llegaba la hora de la cena, uno de los reductos del músico era el legendario Pippo (visita obligada para todo noctámbulo que se precie de tal), donde reincidía con los vermicelli salseados con tuco y pesto.
De las múltiples excentricidades de Charly, se rescata aquella jornada también narrada en I’m Zorry, en que se presentó en la aduana de Ezeiza con un whisky con mate y bombilla.
Sucedió que mientras esperaba abordar un vuelo que lo llevara a Francia, entró a un local del Free Shop y salió disfrazado de gaucho, con bombachas, alpargatas, sombrero y mate, además de maquillado. Pero en vez de la tradicional infusión cebó la calabaza con un buen escocés.
El remate se produjo cuando le dijeron que volaba en clase turista; de inmediato armó un escándalo, sacó un fajo de dólares al grito de “soy una estrella”, y exigió viajar en primera clase.
Charly no sólo bebió y deglutió, sino que fue la fuente de inspiración para el primer establecimiento gastronómico de Quintiero. Charly le presentó a Luis Morandi (actual propietario del Gran bar Danzón, BASA y El Gran Café), que era músico de la Filarmónica del Colón, y con quien fundaron el Soul Café, junto a otros socios.
En aquel entonces, Charly los llamaba “Músicos que cocinan”, tal como fue el primer nombre legal elegido por el Zorrito para su primer negocio gastronómico.
Pero el sushi también formaba parte de la dieta del genial músico. Según cuenta la periodista Agustina Rabaini, hija de Silvia Morizono, Charly solía llegar al restaurant de su madre en una limousine, con un disco de Eric Satie a fin de que lo pongan mientras disfrutaba de la buena cocina japonesa.
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