Como casi todos cocineros, Daniela Tallarico también arrancó desde abajo. Ella empezó a estudiar en la escuela IAG (Instituto Argentino de Gastronomía) y en los primeros años se sumaba a todas las pasantías que podía para conocer la dinámica de los restaurantes.
Luego logró entrar a la cocina del Palacio Duhau, en el sector de repostería. Ese espacio en el hotel de lujo se convirtió en su lugar en el mundo, pese a que al principio no la pasó tan bien. Tuvo que pagar el derecho de piso. “Justo cuando entré al hotel recién salía de mi embarazo de mi hija y fue todo muy difícil”, explica en diálogo con Cucinare.
El primer día le pidieron 360 rodajas de kiwi. Daniela se puso a cortar y con el posparto a cuestas pensó que no iba a poder hacerlo. “Lloraba no podía creer lo que me pasaba”, recuerda Tallarico. En un momento, pasó una de sus jefas y le dio la solución: “Cada kiwi son 12 rodajas”.
Como en cualquier historia de esas que suelen llegar al cine, Daniela se cruzó en el Hyatt con Damián Betular. Y eso cambió su vida para siempre. Se destacó en el área de pastelería y participó en eventos importantes, como la cumbre del G20.
Su trabajo junto a Betular fue decisivo en su formación. Durante diez años, Daniela se desempeñó como sous chef pâtissier, apoyando a Betular y convirtiéndose en su mano derecha. “Damián es como un tsunami; o te subís a su ola o quedás atrás. Yo me subí, y trabajamos muy bien juntos. Hoy en día, él es como familia para mí”, comenta Daniela a Cucinare.
Además, recuerda su experiencia en el hotel, donde aprendió no sólo sobre gastronomía, sino también sobre liderazgo y atención al cliente, especialmente en eventos de alta seguridad como el G20.
En plena pandemia, decidió emprender su camino independiente. Empezó vendiendo tortas desde el garaje de su casa. “De a poco lo convertí en una cocina”, explica Daniela.
Finalmente, encontró un lugar en el barrio porteño de Belgrano que la conquistó por su horno de barro y su amplia entrada de luz natural. Aunque al principio dudó en usar su propio nombre, optó por Tallarica, un toque personal que alivianó la presión del proyecto.
Tallarica tiene un ambiente relajado, pensado los mediodías para los que buscan un recreo antes de volver al trabajo. El menú abarca desde desayunos hasta meriendas, incluyendo sándwiches y platos salados. El local tiene dos plantas con capacidad para 68 personas, y cuenta con mesas para grupos pequeños y una gran mesa comunitaria.
Pese a que Daniela afirma que en la pastelería está todo inventado, una de las sensaciones del menú es la torta pochoclo. Lleva masa sablée de vainilla, un toffee, una crema pastelera de sémola y una crema que tiene una fusión de chocolate blanco y pochoclos, con un cinturón de pochoclos caramelizados triturados alrededor.
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